La cámara nupcial en el Ev. de Felipe y el templo de Jerusalén
La cámara nupcial puede considerarse el rito culmen de la iniciación
gnóstica valentiniana. El mito que la explica es la re-creación del andrógino
primordial a través de la unión de lo masculino-femenino, ya sea que se
considere este paridad como hombre y mujer, intelecto y alma, semilla terrestre
y su contraparte angelical. Los
antecedentes bíblicos a la cámara nupcial
son abundantes. En el N.T. Jesús se refiere a sí mismo como el novio; Pablo
habla de Jesús como el hombre en relación a la mujer representada por la
Iglesia (1Cor 6,15-17; 2Cor 11,1-2; Ef 5,22-23); en el templo de Jerusalén los
querubines sobre el arca son unificados amorosamente por el trono en Filón (ver mi entrada: http://tomachosj.blogspot.com/2011/10/el-santo-de-los-santos-como-camara.html). Sin
embargo, el texto madre de todas estas especulaciones se encuentra en Gn 1,
26-27 de acuerdo al cual Adán fue creado como un andrógino masculino-femenino a
imagen de Dios. Por lo tanto, la
perfección radica en la condición andrógina, volver a reunir lo que el demiurgo
ignorante separó.
En las escuelas valentinianas la
idea del andrógino se entiende de la siguiente manera. La condición femenina se
entiende como la más débil, en búsqueda de la contraparte masculina que le
permita ascender hacia el pleroma. Lo femenino representa los aspectos de la personalidad
humana dominados por las emociones, las pasiones, lo receptivo…todo aquello que
debe trascenderse y educarse hacia la apatía. En ese sentido el ser humano como
el aspecto débil o femenino se une con su contraparte angelical en la cámara nupcial para poder subir al
pleroma. Lo angelical representaría la dimensión divina
o el intelecto, la parte superior del alma que todavía reside en el mundo
espiritual y que debemos recobrar para así asumir nuestra naturaleza
primigenia, la andrógina. La unión entre
el intelecto (lo angelical) y lo pasional (humano) a través de la cámara
nupcial produce la condición primigenia deseada. Este tipo de ideal no es apto
para todos…tal como lo dice el Evangelio
de Felipe: La cámara nupcial no es para los animales, no es para los esclavos,
tampoco para las mujeres, sino que es para los hombres libres y las vírgenes (NHC
II 69,1-3). La iniciación en la cámara
nupcial es tan importante que es imposible recibir la luz definitiva si nos
pasando a través de ella (NHC II 86,1-18). Esta es la luz que provee la
verdadera imperturbabilidad a través de toda la vida de la persona, tal como si
estuviese viviendo ya en el pleroma.
En el mito gnóstico, la unión del
hombre con su contrapartida angelical en la cámara
nupcial se fundamenta en la unión entre el Salvador y la Sofía caída (NHC
II 71, 3-15). Esta unión constituye la redención de la divinidad. La
restauración del pleroma. Siguiendo el simbolismo del templo de Jerusalén y el
sumo sacerdocio, el Evangelio de Felipe dice
que el pleroma representa el santo de los santos, el cual se ha aislado del
cosmos representado por los distintos patios que configuran el templo. A través
del pecado de la Sabiduría, el pleroma se separó del cosmos al modo como el
santo de los santos se vio separada por un velo de los demás patios del templo.
Pero ahora, a través de la unión entre el Salvador y la Sabiduría, el velo que
separa el santo de los santos (el pleroma) de las demás cortes se ha roto y el
pleroma como una totalidad ha vuelto convertirse en una unidad (NHC II 84,
14-85, 21). Esta unión entre el Salvador y la Sabiduría en la cámara nupcial se entendía
simbólicamente a través de la relación de Jesús con María Magdalena. La alusión
que en el Ev.Fel se hace a que Jesús solía besar a María Magdalena se referiría
a parte sustancial del rito de la cámara
nupcial (NHC II 59,2-6; 63, 30-64,2).
Como sea, hacia el pleroma como el templo restaurado en su unidad
fundamental pueden regresar los espirituales, quienes como
sacerdotes, participan junto al sumo
sacerdote Jesús. Mientras que los físicos
(los cristianos comunes y corrientes) también serán salvados por la
Iglesia. Para más detalles: J. D. Turner, “Ritual in Gnosticism” ,
p.111-118.
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