La salvación como el revestirse del hombre perfecto en el Ev. de María


En el Evangelio de María se explica la naturaleza y origen del pecado a través del proceso del encarcelamiento del alma en la materia. Cuando el alma descendió a un cuerpo material, lo hizo a través de la tentación y la turbación. La materia engendró una pasión que no posee la semejanza, pues procedió de una unión contra natura. Entonces tiene lugar un trastorno en todo el cuerpo (P.8). La única manera de revertir dicha situación es través del descenso del Salvador y de su unión con el alma. ¡Paz a vosotros! ¡Que mi paz se haga en vosotros! Velad para que nadie os extravíe, diciendo: “Helo aquí” o “Helo ahí”, pues el Hijo del Hombre se halla en vuestro interior. Seguidlo. Quienes lo busquen, lo encontrarán (P.8). María consuela a los discípulos recordándoles la presencia interior del Hijo del Hombre, que se análoga con la transformación en un hombre (o del primer Adán si se prefiere), es decir realzando el dominio sobre las pasiones, la estabilidad, y la racionabilidad: No lloréis y no estéis afligidos (María ya no es una mujer!); y no dudéis, pues su gracia estará con todos vosotros y os protegerá. Mejor alabemos su grandeza, pues nos ha preparado y nos ha hecho hombres (P.9). Cualquiera que haya sido el ritual que celebraban los cristianos que le atribuían autoridad a este evangelio, éste conducía a revestirse de Cristo. Leví señala al final de este documento: Más bien avergoncémonos y revistamos al hombre perfecto, engendrémoslo en nosotros como nos lo encomendó, y proclamemos el evangelio sin establecer otra regla ni otra ley que la pronunciada por el Salvador (P. 18).  Es probable que este ritual haya estado conectado con la Eucaristía, entendido como el comer y beber del hombre perfecto para revestirse de él. 

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